12 de marzo de 2012

Solos

"Hacé unos mates," me dijo, y en ese momento se escucharon las primeras gotas de lluvia en el patio.

Mientras yo ponía la pava él se sentó frente a la computadora y puso a reproducir uno de los últimos discos que había conseguido.

"Escuchá, esto te va a gustar."

Hablamos toda la tarde mientras tomábamos mate. Compartió su música conmigo y yo compartí con él la mía. Me contó la historia de cómo Pedro Aznar había grabado "Because", de los Beatles, y yo lo obligué a repetir "Calling you" por lo menos tres veces. Le dije que mi preferido seguía siendo "Tema del ángel".

(En ese entonces no sabía que Pedro me iba a dar las palabras exactas para sintetizar dos sentimientos demasiado grandes -demasiado diferentes, también- para explicar por mí misma).

En algún momento discutimos, también, aunque no estoy segura de por qué. Lo que sí recuerdo es estar sentada en la mesada de la cocina, las rodillas colgando en el borde, un montón de sobres vacíos de edulcorante desparramados entre mis muslos mientras intentaba explicar algo que él todavía hoy no comprende del todo.

También sé que después de un rato le agradecí con un abrazo, y él dibujó una sonrisa triste, una mezcla entre me gusta que te sientas así y preferiría que no fuera en estas circunstancias.

Pasamos un rato más a solas, escuchando la música en silencio, una nueva ronda de mates en el sillón y la tele milagrosamente apagada. Después vino ella y reventó la burbuja, pero estaba bien, porque ya nos habíamos despedido de nuestro rato de tranquilidad.

Yo sé que mi viejo disfruta pasar tiempo a solas conmigo, pero le gustaría más que me llevara mejor con mi mamá. Y a mí también me gustaría que fuera así. Pero mi (mala) relación con mi vieja es una realidad, y es muy difícil no anhelar esos raros ratos de paz cuando estamos solos.

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