27 de abril de 2012

Sonrisa divina (2)

La conversación empezó al lado de la barra y terminó cuando nos despedimos en la playa, varias horas después. Nos habíamos pasado lo que quedaba de la noche y parte de la mañana hablando, porque además de tener una sonrisa divina, él era alegre, sociable, y un excelente conversador. Cuando ya estábamos saliendo del boliche noté que faltaba algo y le pregunté dónde estaban sus amigos.

"Se fueron hace un rato," respondió, encogiéndose de hombros, como si no importara. "Me mandaron un mensaje de texto y les dije que después los alcanzaba. ¿Para dónde van ustedes?"

Una de mis amigas y yo (ella se había unido a la conversación hacía rato) nos miramos, un poco desorientadas, y señalamos la dirección. Él iba para el mismo lado.

El departamento donde se estaba quedando estaba justo enfrente de la playa. El nuestro, una cuadra y media para adentro. Cuando nos despedimos en la esquina, mi amiga desapareció discretamente para unirse a las demás.

"¿Te parece que nos encontremos en la playa? Quiero seguir hablando con vos. Me caes muy bien."

Habrá sido su energía positiva, o la forma en que le pegaba la luz del sol recién salido del horno en sus ojos oscuros, pero algo me hizo asentir y recitar de memoria el número de mi celular. Nos despedimos con un inocente besito en la mejilla y quedamos en vernos ese mismo día, más tarde.

Cuando llegamos al departamento, desayunando con facturas y café, las demás me preguntaron acerca de él. Les conté lo que sabía y lo inocente que había sido todo; hasta yo estaba sorprendida por su actitud, un poco chapada a la antigua. Mis amigas también estaban sorprendidas, pero por mí.

No me habían visto sonreír tanto desde que había terminado mi relación con Larga Distancia.

"A éste te lo llevás en la valija a Buenos Aires," se rieron, y a mí la sonrisa se me borró en un instante.

"Bueno, eso va a ser un problema," contesté. "Porque 'éste' es de Santa Fe."

24 de abril de 2012

Análisis de contexto

Una mira viendo, una ve mirando, y observadora como es, se detiene en lo que nota.
A una no le gusta lo que ve; y en el proceso de mirar para otro lado, se da cuenta de que no tiene dónde descansar los ojos.
Y al final no queda otra, una siempre termina mirando para adentro.

Es más fácil la introspección que el análisis del contexto.

22 de abril de 2012

El de la sonrisa divina

Éramos diez minas en un departamento de San Bernardo, haciendo nuestra propia versión de un viaje de egresados (tardío) que ninguna de nosotras había tenido en Bariló. La velada había empezado con un par de tequilas para ponernos a tono, y unas cuantas cervezas que se fueron tan pronto como llegaron. La música era fuerte y la noche ya estaba más cerca de terminar que de empezar.

Habíamos cambiado de pista sólo para ver qué onda allá arriba, mis amigas se estaban sacando fotos con un flaco de rulos parecido a David Bisbal al ritmo de Karma Chameleon. Yo me había acercado a la barra para pedir otra cerveza y descansar los pies, que me latían en unos zapatos demasiado ajustados.

No lo estaba buscando, y calculo que tampoco él me buscaba a mí; pero desde el otro lado de la pista su mirada se encontró con la mía. Me dirigió una sonrisa de dientes blancos, parejos, perfectos. En ese momento el barman puso una lata de cerveza en mi mano.

Pagué la bebida distraída y me di vuelta para mirarlo mejor. Él seguía ahí plantado, la misma exacta sonrisa de instantes atrás. Alzó su vaso a modo de brindis, y desde la distancia yo también levanté mi cerveza. Era una invitación, el gesto que él necesitaba para acercarse. Cuando lo tuve enfrente lo primero que noté fue la profundidad de sus ojos, tan oscuros como el tono de su pelo y su piel.

"¿Por qué brindamos?" Preguntó, sereno.
"Por tu sonrisa," contesté, esperando verla otra vez. Y así fue.

Esa sonrisa me iluminó los siguientes diez días.

17 de abril de 2012

Noche mía, querida, bienvenida.

Noche de adentro hacia afuera.

10 de abril de 2012

Ocho estaciones de amor

Saliendo del laburo, me voy a tomar el subte en Independencia, y cuando llego al andén veo un a flaco sentado esperando lo mismo que yo, lo mismo que todos. Tenía una guitarra pero no tenía gorra. Tocaba bajito, con la cabeza gacha, el cuerpo encorvado, los ojos cerrados. Me saqué los auriculares para escuchar. Sí, así de curiosa soy.

Llegó el subte. Subimos por la misma puerta, nos sentamos en asientos enfrentados. Él me daba el perfil y no había dejado de tocar en ningún momento. Apagué el MP3 y lo miré fijo. Y lo miré. Y lo miré. Y lo seguí mirando mientras lo escuchaba.

Tocaba con dulzura, con amor, con empatía. Como si entendiera lo que la guitarra quería, como si se entendieran el uno al otro. Como si se dieran todo. Como si no pudiera ni por un instante dejar de rasgar las cuerdas, como si la atracción entre músico e instrumento fuera una fuerza superior.

Me enamoré.

En algún momento, mientras el subte se movía, el flaco abrió un ojo y espió alrededor. Su mirada se encontró con la mía. Sonreí. Él sonrió y asintió sin dejar de tocar. Se bajó en Av. La Plata y caminó por el andén, guitarra en mano. No dejó de tocar ni siquiera cuando llegó a la escalera.

Y a mí se me apagó el amor. Ni siquiera me acuerdo de su cara.

8 de abril de 2012

Palabra clave: olfato

Una dibuja una fina línea a su alrededor, de colores brillantes y llamativos para que sea notoria, no-cruzable. Ni para un lado, ni para el otro. Una línea que es un límite, que es un territorio, una línea que significa terreno conquistado hacia adentro y terreno desconocido hacia afuera. Una es consciente de que el más acá es más transparente y sensible desde el momento en que dibuja la línea, y también sabe que el más allá es inestable y fangoso, pero Una establece los parámetros justamente para no arriesgarse a caminar (ni que le caminen adentro). Una tiene miedo de sus propias ganas de jugar con ese límite, de caminar sobre la fina línea asomando la nariz hacia el otro lado, sólo para oler qué hay. Una sabe -porque ya lo vivió- que un paso en falso puede significar caerse de bruces en el barro y enterrar la nariz, los codos y el corazón. Una se protege cerrando puertas y postigos, pero sabe que siempre hay un resquicio que queda abierto. Una le tiene miedo a lo malo conocido, pero más miedo le tiene a lo bueno por conocer. Una es cobarde y lo sabe. Por eso se desdibuja a sí misma cada vez que puede.

"¿A qué huelo?"

"A... a vos."

3 de abril de 2012

A mil y a cero

Debería estar durmiendo, o pensando, y sin embargo estoy buscando excusas para no dormir y no pensar.

Necesito convertir mis pensamientos en papeles y carpetas y archivarlos en un cajón por unas horas o unos días, hasta que mi cerebro esté preparado para empezar a procesar. Mientras tanto... screenshots de algunos instantes y dejame mirarlos un ratito, dale, que no sé cómo va a terminar esto y de todos modos ¿cuánto más me queda por sangrar?