Amargo, se contesta, mordisqueando el envoltorio en el que lo compró. Ahora el silencio anda suelto por ahí; perdido, seguramente, en un mundo de gritos y exclamaciones, y Una no encuentra siquiera la voluntad de arrepentirse por liberarlo.
Hay personas que no aprenden nunca... Una es una de ellas.
Llegar a casa de laburar a las diez y media de la noche y encontrarte el baño inundado debido a que -mágicamente, ya que no había nadie que se hiciera responsable y la casa estuvo sola toda la tarde- se rompió un caño del bidet; caño que a las doce y cuarto de la noche y a pesar de haber cortado el agua, todavía sigue chorreando.
El ataque de risa histérica me encontró con el secador en una mano y diez trapos en la otra, y se desencadenó en el momento exacto en que mi abuelo asomó la nariz por la puerta del patio para avisarme que me había cortado también el gas, porque por las dudas, nena, porque el agua de ahí salía caliente y desde las seis de la tarde.
Pensar en esto sólo me provocó más espasmos, falta de aire y lágrimas de risa silenciosa. Pero creo que, en el fondo, necesitaba una buena risotada para liberar tensiones.
Dedicarle unas palabras a la señora del kiosco de enfrente de la facu sólo porque me saluda como si me conociera de toda la vida, siempre tiene una sonrisa en la cara y es la única por la zona que tiene las galletitas Toddy.