28 de febrero de 2012

El tren que pasa y no te lleva

Llevaban más de una semana sin verse, así que de camino a su casa le compró unas flores y un bombón; no porque pensara que de esa forma podrían recuperar el tiempo perdido, sino para perfumar y endulzar aún más el momento del reencuentro. No era más que un regalo, una atención.

Cuando llegó a la puerta, tocó el timbre y atendió ella; supo que algo estaba mal. Después del "quién es", "soy yo", del intercomunicador, ella hizo un silencio largo que le provocó frío en la nuca. Sin embargo, después de unos instantes que parecieron minutos se escuchó el zumbido de la puerta al abrirse. Subió las escaleras y esperó detrás de la puerta del departamento con cara de signo de interrogación.

No llegó a comprender las palabras, aunque se esforzó por escucharlas. Ella había estirado una mano para agarrar el ramo de flores y no había tardado ni medio segundo en empezar a gritar y gesticular, pétalos coloridos de fresia regando el suelo. Él no había alcanzado a cerrar la puerta a su espaldas cuando ella lo empujó otra vez hacia el otro lado y se la cerró en la nariz con la misma facilidad con que la había abierto.

Sin saber por qué, caminó de nuevo hacia la entrada del edificio y sacó del bolsillo el bombón que le había comprado. Lo abrió y se lo metió en la boca antes de tocar la vereda.

Por la ventana del balcón del cuarto piso ella se asomó para gritarle las últimas palabras.

"¡Se te pasó el tren!"

Se encogió de hombros, estaba bien. No hacía falta tomarse ningún tren, había venido caminando.

23 de febrero de 2012

Una suerte de catarsis

Situación: yo estaba subida al escalador, sudando la gota gorda, y entra mi vieja a mi habitación con el teléfono en la mano. Lo pone en altavoz y me pide que escuche.

"Bienvenido al centro de ventas de DirecTV. Si usted es cliente, por favor, presione 1. Si usted no es cliente, por favor, presione 2."

Mi vieja presionó 2. 

"Gracias por comunicarse con el centro de atención al cliente de DirecTV, mi nombre es Gerardo, ¿en qué puedo ayudarle?"

Y entonces se desató la furia:

"Hola, Gerardo. Justo me atendiste vos, pero no es nada personal lo que te voy a decir... simplemente tenía ganas de mandar a alguien de DirecTV A LA CONCHA DE SU MADRE. Así que perdoname que te lo diga a vos, pero quisiera que te vayas A LA REPUTÍSIMA MADRE QUE TE PARIÓ."

Acto seguido, cortó.

Yo seguía en el escalador, pero me faltaba el aire de tanto reírme. Mi vieja me miró con una sonrisa en la cara y antes de volver a la cocina me dijo: 

"Ahora me siento mejor."

21 de febrero de 2012

Larga distancia (2)

El mar siempre tuvo para mí un atractivo importante, me gustaba tenerlo cerca y disfrutarlo al máximo. Eso, sumado al hecho de que nunca pude dormir del todo bien en camas ajenas a la mía, hacían que me despertara muy temprano y me quedara en la cama hasta que escuchaba los pasos de mi vieja en el piso inferior. A él le gustaba dormir, así que yo hacía el menor ruido posible mientras me cambiaba, y bajaba las escaleras de puntillas para no despertarlo. Unos mates compartidos y dos cigarrillos después, mi vieja y yo nos íbamos solas a la playa con un libro o una revista. A eso de las once alguna de las dos se encargaba de ir a despertarlos, de pasada comprábamos facturas y desayunábamos los cuatro juntos en la arena.

Una noche que me sentía mal, me acosté temprano y me dormí en seguida; pero me desperté muchas veces durante la madrugada, casi llorando de dolor de estómago. Cada vez que yo me movía incómoda o temblaba de frío, él abría los ojos y me abrazaba más fuerte, cuidándose mucho de no mover la sábana para no destaparme los pies.

Esa noche dormí tan mal que fue imposible que me levantara temprano. El dolor cesó por la mañana y entonces sí pude dormir, casi hasta el mediodía. Cuando me desperté, él ya no estaba. Me había dejado una nota en la mesa de luz.

Tu silueta le da a las sábanas una forma que quisieran conservar. 
Debajo tus suspiros simulan latidos, como si les dieras vida además de belleza. 
Te espero en la playa.

Ya pasaron varios años desde que leí ese papelito por primera vez, sin embargo todavía me lo acuerdo de memoria. Lo llevé conmigo a todas partes en la billetera por mucho tiempo, hasta que lo saqué y lo guardé en un cajón por temor a perderlo. Incluso después de que el amor se terminara, e incluso a pesar de eso, todavía lo recuerdo con ternura y siempre me saca una sonrisa. 

Aquel que no tuvo un amor como éste, no tiene idea de lo que se pierde.

19 de febrero de 2012

Larga distancia

No era fácil tener una relación a larga distancia. Nos sentíamos como imanes, atraídos por la piel y las palabras, pero la vida real se interponía entre nosotros y el magnetismo sólo alcanzaba para vernos una, a lo sumo dos veces por mes. 
Habíamos adquirido la costumbre de mandarnos mails varias veces al día. Era la mejor manera de comunicarnos, dado que las llamadas telefónicas internacionales podían ser casi tan caras como los pasajes en barco, y de todos modos a ninguno de los dos le gustaba hablar por teléfono. Por lo general, eran mails cortos. Nos guardábamos las conversaciones más largas para cuando teníamos la oportunidad de estar juntos.

Una de las tantas veces que él cruzó el charquito, como solíamos llamarlo, me puse a tararear una canción de Sabina mientras íbamos en el bondi. No me di cuenta de que me estaba escuchando hasta que dejé de mirar por la ventana. 

"¿Qué?," pregunté, un poco cohibida.
"Es muy lindo ese tema que estabas cantando, aunque creo que lo cambiaste un poco."
"Estaba pensando en la versión de María Jimenez."
"Voy a tener que escucharla," sonrió, pasándome una mano por los hombros. "La verdad, no sé cómo haces para acordarte todas esas canciones. Yo nunca me acuerdo más que los estribillos."
"Esa canción me estuvo dando vueltas en la cabeza desde que llegaste." Me acuerdo, como si hubiera pasado ayer, que apoyé la cabeza en su hombro y cerré los ojos. "No quiero que te vayas."

Pero tenía que irse. Y a los dos días, después de hacer el papelerío correspondiente en Buquebús; nos escapamos de mi familia para despedirnos a solas antes de que el barco zarpara. Caminamos un poco cerca del río y nos sentamos en un banquito, abrazados para protegernos uno al otro del aire fresco de la noche. Él tenía su MP3 en la mano. 

"Yo también tuve una canción en la mente desde que llegué," me dijo, retomando la conversación del colectivo como si no hubieran pasado dos días desde entonces. "Me la aprendí para cantártela, pero la verdad es que prefiero que la escuches. Es probable que me olvide la letra."

Puso play y tarareó mientras la escuchábamos. Yo apoyé la cabeza en su hombro otra vez para que no me viera llorar. Ya teníamos suficientes despedidas como esa, y para esa altura yo ya debería haberme acostumbrado. Pero el problema con nuestra relación era justamente ese; que yo nunca iba a acostumbrarme. Resultaba insoportable verlo partir.

Y desde entonces me acuerdo de ese momento cada vez que escucho Iris, de Goo Goo Dolls.

15 de febrero de 2012

Perotá Chingó

De las cosas que una descubre... cosas como ésta.


Qué genias estas minas, che.

13 de febrero de 2012

¡Boom!

Tanta energía enlatada, conservada, añejada;
no podía generar otra cosa que 
una terrible 
explosión.

Me hace feliz, de vez en cuando,
ser consciente de lo que soy capaz.

8 de febrero de 2012

El día en que la música lloró

Es que me desperté esta mañana cerca de las 11 y lo primero que sentí fue la voz del Flaco en el comedor. Me quedé acostada bocabajo, abrazando la almohada e intentando reconocer la letra, los acordes. Volví flotando desde la inconsciencia de a poco, el Flaco me traía de vuelta, de la mano.
Menos de veinte minutos después entró mi viejo a despertarme.

"¿Ya estabas despierta? Voy a preparar el desayuno. Levantate, así escuchas el disco que bajé."

La música nos acariciaba los oídos mientras desayunábamos. Mi viejo rezongaba entre canción y canción.

"Me arrepiento mucho de no haber ido a este recital. Fui a ver a AC/DC, pero hubiera querido ir a verlo al Flaco."

No entendí por qué hasta que me contó que mi cuñado le había regalado la entrada de AC/DC, y no podía decir que no; pero ese mismo día tocaba el Flaco en vivo después de haber reunido a los integrantes de Almedra, Spinetta Jade y Pescado Rabioso. Mi viejo se arrepintió mucho de habérselo perdido.

"Al menos viste a AC/DC. Eso tampoco pasa todos los días," dije yo.

"Lo prefiero al Flaco."

Fue también mi viejo el que me dio la noticia. Nos habíamos pasado toda la tarde escuchándolo mientras hacíamos lo nuestro, y apenas cerca de las seis nos dimos un descanso. Cuando él volvió de ir a buscar a mi sobrina, se bajó del coche y me miró con una cara de tristeza que simplemente no se puede expresar en palabras. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Mi viejo nunca llora.

"Se murió el Flaco."


Todos, todos mis pensamientos están puestos en él desde ese momento. Todas estas lágrimas son para él también. Con lo que me cuesta despedirme, digo un adiós lloroso, un adiós culpable. Digo adiós, Flaco querido, maestro...



5 de febrero de 2012

Rompan todo

Establezco este día como el Día Mundial de Romper Cosas.
Como es domingo, pueden hasta considerarlo feriado.
Y todo porque en menos de 10 minutos me las arreglé para romper 2 adornos de vidrio y un timbre (sí, un timbre).

Yay por mí y por mi torpeza. *Aplausos*


1 de febrero de 2012

Las botas de lluvia

Llovió días, llovió semanas y llovió meses enteros.
Y llovió tanto que la población entera andaba pegada a sus paraguas como si fueran un órgano más del cuerpo, agregados por cirugía.
Era interesante estar de pie frente al ventanal de un edificio o en un balcón del cuarto piso a la hora del almuerzo, porque los oficinistas salían con sus paraguas de distintos colores a caminar por las calles en busca de comida y la avenida se convertía en un verdadero arcoiris.
Yo salía por la mañana y regresaba tarde, cuando ya era casi de noche. A la tercera semana de lluvia me compré unas botas de un color amarillo chillón que desentonaba completamente con el entorno grisáceo de las calles, con los nubarrones negros y los charcos de lluvia marrón. Pero me gustaba desentonar, porque la gente solía distraerse mirando mis botas y me permitía a mí relajarme y mirar sus rostros, estudiar sus facciones, observar sus gestos. Inventar estas historias.
Como la del señor de gris que llegaba todos los días al edificio donde trabajo y dejaba sus botas de lluvia azules en la puerta de entrada, como hacían todos los demás. Era uno de los pocos que nunca llevaba paraguas y sin embargo andaba siempre seco, con el cuello de la camisa blanca perfectamente planchado y el saco gris largo hasta las rodillas sin una sola gotita. Pienso en él como el señor de gris porque todo en él era de ese color: el saco, el pantalón de vestir, los ojos, el poco pelo que le quedaba en la cabeza.
Entraba sin saludar a nadie y sin dar aviso se dirigía directamente al ascensor, no sin antes dejar sus botas azules en la entrada. No había un sólo día que no viniera. Y no había un sólo día en que yo no lo observara.
Algo en su personalidad, en su forma de andar, era tan gris como la ropa que llevaba puesta y el color del cielo. Algo me hacía pensar en él como un pobre diablo que se levantaba temprano cada mañana y llegaba tarde a casa cada noche sin tener otra misión en la vida más que hacer ese recorrido, dejar sus botas, entrar en el ascensor, llegar al quinto piso, salir seis horas más tarde y volver a empezar.
La lluvia acabó por enloquecernos a todos. Algunos bromeaban con comprar botes y veleros, la prensa ya nos consideraba la Venecia sudamericana. El agua ensanchó los ríos y nos arruinó las costas, se metió en las casas y humedeció colchones, ropa, madera y hasta los cimientos. Las vidas se empezaron a resquebrajar con tanta humedad. Pero la lluvia no se detuvo y del cielo siguieron cayendo gotas como lágrimas, a veces de intenso llanto, a veces como suspiros de desamor.
Y así como había empezado (aunque ya nadie recordaba cómo), la lluvia se detuvo. Un jueves como cualquier otro y sin embargo distinto, amaneció soleado.
Los canales de televisión, los diarios y la radio festejaron el suceso como si el mundo hubiera nacido de nuevo. Algunos aprovecharon la ocasión para salir a respirar el aire cálido de ese sol reciente, para sacarse las botas y poner a secar los paraguas. Los más atrevidos salieron a la calle con anteojos negros.
Otros seguimos nuestra rutina, con alegría pero también con resignación. Había que volver al trabajo después de todo.
Lo curioso fue llegar temprano a la oficina, como siempre, y sentarme a mirar la puerta de entrada esperando a mis transeúntes de todos los días, pero que el señor de gris nunca llegara. De alguna forma ridícula y exagerada, me sentí extrañándolo. "Habrá salido a festejar el sol," pensé en ese momento, aunque no iba para nada con su personalidad esa nueva idea que se me metió en la cabeza con obstinación. Y no tardé mucho en descubrir que no podía estar en lo cierto, porque los días soleados siguieron y la emoción general se disipó en unas cuantas semanas, igual que el agua se evaporó y todo volvió a la normalidad.
Pero el hombre de gris nunca volvió.
Me tomó un tiempo acostumbrarme a su ausencia, pero al final terminé por aceptarla. Todavía había días en que levantaba la vista de mi escritorio y escrutaba la entrada cerca de las diez de la mañana, con la tonta esperanza de verlo llegar.
Y cuando ya había perdido toda esperanza, otro jueves como cualquier otro y sin embargo distinto, reparé en las botas azules, solitarias, abandonadas en el hall de entrada.
Las miré con intriga primero, y después con certeza. Sabía que eran las suyas. Y no me importó si se las había olvidado o seguía dejándolas allí a propósito pero en otro horario, no me importó buscarlo ni volver a verlo, porque ése era su recuerdo y me lo había dejado.
Recogí las botas del suelo y me las llevé a mi casa. Las guardé junto con las mías para que hicieran contraste; amarillo y azul mirándome todos los días desde el fondo del armario. Nunca me atreví a preguntarle a nadie si alguna vez había visto a su dueño. Pero tampoco nadie nunca las reclamó.