22 de abril de 2012

El de la sonrisa divina

Éramos diez minas en un departamento de San Bernardo, haciendo nuestra propia versión de un viaje de egresados (tardío) que ninguna de nosotras había tenido en Bariló. La velada había empezado con un par de tequilas para ponernos a tono, y unas cuantas cervezas que se fueron tan pronto como llegaron. La música era fuerte y la noche ya estaba más cerca de terminar que de empezar.

Habíamos cambiado de pista sólo para ver qué onda allá arriba, mis amigas se estaban sacando fotos con un flaco de rulos parecido a David Bisbal al ritmo de Karma Chameleon. Yo me había acercado a la barra para pedir otra cerveza y descansar los pies, que me latían en unos zapatos demasiado ajustados.

No lo estaba buscando, y calculo que tampoco él me buscaba a mí; pero desde el otro lado de la pista su mirada se encontró con la mía. Me dirigió una sonrisa de dientes blancos, parejos, perfectos. En ese momento el barman puso una lata de cerveza en mi mano.

Pagué la bebida distraída y me di vuelta para mirarlo mejor. Él seguía ahí plantado, la misma exacta sonrisa de instantes atrás. Alzó su vaso a modo de brindis, y desde la distancia yo también levanté mi cerveza. Era una invitación, el gesto que él necesitaba para acercarse. Cuando lo tuve enfrente lo primero que noté fue la profundidad de sus ojos, tan oscuros como el tono de su pelo y su piel.

"¿Por qué brindamos?" Preguntó, sereno.
"Por tu sonrisa," contesté, esperando verla otra vez. Y así fue.

Esa sonrisa me iluminó los siguientes diez días.

1 comentario:

Unknown dijo...

Increíble historia!

:)