18 de enero de 2012

Una visión

La mina en cuestión era hermosa, probablemente la más linda del bar. La forma en que gesticulaba al hablar y el brillo rubio de su pelo lacio parecían hipnóticos; muchas miradas, femeninas y masculinas, se detenían en ella al pasar. Irradiaba un brillo particular con su actitud confiada pero discreta, desplegaba una a una sus armas de seducción, tejiendo con esmero una red cada vez más densa alrededor de su presa. De hecho, lograba un parecido fascinante y aterrador a las arañas cuando sonreía.
El tipo en cuestión era serio y parecía aburrido. Apenas movía los labios para contestar alguna pregunta cada tanto, sus gestos se limitaban a mover afirmativa o negativamente la cabeza. Tenía un aire de superioridad y arrogancia que hacía dudar de su estado civil, ¿casado?, ¿divorciado?. Casi no la miraba a los ojos. Tenía una mano apoyada en su propia rodilla y la otra sobre la mesa, cerca del vaso de cerveza que se iba vaciando de a poco, a sorbos lentos, medidos. Un dedo acariciaba con languidez el contorno del vidrio transpirado.
El mensaje era claro. La emisora y el receptor, evidentes.
Pero de alguna extraña manera terminé siendo yo el canal por donde fluía el hechizo que ella intentaba poner sobre él; y a la vez yo era también la barrera, el rechazo, que él le oponía a ella. Fui yo quien se hipnotizó viéndola, escuchándola; y también fui yo quien comenzó a frustrarse ante la impermeabilidad de él.
Como si rebotaran sobre ambos, los mensajes y las sensaciones que se enviaban caían en mí, obligándome a moverme con inquietud en mi asiento, invitándome a ponerme de pie e intervenir, impidiéndome desviar la mirada de aquella escena.
La cerveza se terminó y él se puso de pie. Con un último gesto, calculado y terminante, se despidió de ella y se dirigió a la puerta del bar. El hechizo se rompió finalmente. La ida y venida de mensajes llegaron a su fin; y yo quedé como un canal vacío, sin contenido, perdiendo la hipnosis en cuestión de instantes. No desvié la vista, sin embargo. Me quedé observando con curiosidad y un poco de morbo cómo ella lo veía marchar.
Con la ruptura de la conexión se terminó también el encantamiento. Ella ya no parecía tan hermosa, ni yo lo recordaba a él tan esbelto ni arrogante. Mientras duró la conversación se alimentaron el uno al otro de una belleza salida de ninguna parte, pero ahora eran sólo dos personas más, separadas, incomunicadas, no muy diferentes al resto.
Cuando ella también se levantó, me atreví a dar una mirada alrededor. Todos los ojos que hasta entonces parecían puestos en ellos habían dirigido su atención a otra parte.
Efectivamente, se había roto el hechizo.


No hay comentarios: