2 de agosto de 2012

La respuesta hubiera sido no

Te mira con esa cara de "ya sabés lo que te voy a decir", como si sintiera la obligación de prepararte psíquicamente para lo que va a pasar a continuación. Y sabés (porque lo sabés), que no te va a gustar lo que sea que salga de sus labios, porque ya te está preparando para que no te guste, te está diciendo todo sin decir una palabra, te está incitando a que levantes las defensas y escondas esa parte de vos tan vulnerable que él mismo cuida como si fuera un tesoro, pero todavía no la conoce muy bien. Y en una sucesión de instantes se da una conversación críptica que en realidad no tiene mucho sentido, pero tiene mucho más sentido cuando tenés en cuenta todo lo que no se está diciendo verbalmente. Sus cejas alzadas hablan más que su boca, tu impulso de erguirte y el movimiento casi inconsciente de pegar la espalda a la pared hablan más que tu negativa rotunda a contestar una pregunta que nunca fue hecha.

"No estés pisando huevos a mi alrededor, como si no me conocieras" digo, y mi voz suena enojada, una o dos octavas más alta de lo que pretendía, pero también es un arma de defensa ". Como si yo no supiera lo que estás queriendo decirme."

"Si ya lo sabés, ¿por qué tengo que decírtelo?"

"Porque no voy a contestar a una pregunta que ni siquiera me hiciste."

Y la campana nos salvó a los dos de una discusión acalorada. Pero ambos sabemos que ahí no se termina.

No hay comentarios: